jueves, mayo 18, 2006

Fe de erratas (día dos)

Ayer hablé con el diablo.
Es un tipo bien buen pedo, un poquito guarro nomás. Platicamos de mis opciones, de que conoce muy bien al dueño del gato y un poco también de cómo le ha ido últimamente.

Me contó cosas que me hicieron ver que muchos de mis temores eran infundados. Y superé el terror de llamar por teléfono y que me mandaran a buzón.

La verdad me dijo algo que, por su naturaleza tan elemental aunado al grado extremo de mi malviaje, no había pensado: Háblale a su casa.

Luego le dije que yo ya había dicho que iba a esperar, pero insistió: háblale yo te doy permiso. Jajajajaja, me imaginaba diciéndole a aquel, mira ya sé que te dije que iba a esperar, pero te hablo porque el diablo me dio permiso.

El caso es que le hablé. Aceptémoslo, no soy del tipo Penélope que se queda esperando cuando está en sus manos hacer algo o más aún cuando se tiene que encarar una situación.

El resultado fue avasallador: Soy una paranoica.

El dueño del gato estaba de lo más tranquilo, platicamos de cómo le había ido últimamente en el trabajo, en las tocadas y que había tenido un disgusto con uno de nuestros amigos. Cuando le pregunté y con nosotros cómo esta la cosa, simplemente me dijo: todo bien, si ya no quisiera nada no estaría hablando contigo ahora. Pues sí, es hombre de hechos, no de palabras.

Eso me tranquilizó mucho. Reconozco que siempre llevo las cosas al extremo. Y que últimamente en lo que se refiere a nosotros he caído en una constante: dramatizo y me malviajo fatal, y creo que estoy abordando adecuadamente las cosas.
El trago amargo ya pasó.
Eso no significa que no haya cosas que estén mal. Las hay, son cosas que me incomodan y que ponen en peligro esta relación. Sobre todo porque el dueño del gato no está en disposición de discutirlas, eso ya está claro. Y ése es el verdadero problema. El hecho de hacerle ver mi descontento significa que yo me voy a enojar y ofender (acciones que siempre dependerán de uno mismo) mientras él no va a considerar siquiera que eso tiene que ver con algo que él hace o no hace.

Así que tendré que inventar la forma de hablar de ello.

Por ahora me limitaré a aclarar todo aquello que escribí en estos dos días y que resultó ser de diferente a como yo lo veía influenciada por mi ofuscamiento y un enorme caudal de experiencias propias y ajenas que aparentemente lo constataban.
Esto no es el final.
Existe un problema pero puede buscarse una solución.
Eso de que mi instinto me lo dice y de que hay señales tienen que ver con el hecho de que existe el problema.
Tus palabras no son falsas. Puedo confiar en que me vas a decir las cosas de frente.

Me doy cuenta que también yo tengo que solucionar mi problema. Y que ciertamente eso va a implicar un cambio. Y estoy dispuesta a enfrentarlo. Solo espero reconocer los medios, las formas y los límites.

Las sensaciones de vacío me han abandonado poco a poco. No puedo creer que sólo oír tu voz me devolvió el calor al cuerpo.

Sabemos lo que eso significa. Pero será mejor que no lo diga.