A Prometeo, gracias por la pregunta indicada.
Me refugio en la oscuridad de la calle, pegándome a las frías paredes, sin duda van venir a buscarme. Tengo que resolver el otro problema, sólo traigo puesta la bata del hospital. Sin dinero y sin ropa, jodida situación. Por lo menos logro quitarme la sangre salpicada en el rostro con el agua que brota de una grieta en la pared.
El hombre letrado, está un tanto lejos, pero una vez ahí, Crystal o Aurora podrán prestarme algo que ponerme.
En estos momentos sólo puedo acceder a mi memoria, recordar. Traer a mí el feeling de lo que está guardado en cada una de mis células. Tengo que concentrarme, encontrarlo..... respiro..... ahí está... sí... sí... eso está bien, el sentimiento perfecto...Con eso, tan solo con eso, llega la calma y la lucidez.
El hombre letrado, no es más que el bar de mala muerte con mejor vista de la ciudad: marea inquieta de luces centelleando en la oscuridad. Es un edificio viejo en lo alto de una barranca.
Toco la puerta trasera, Crystal abre y me mira extrañada. Minutos después, vestida de negro, entro en el bar. Aurora hace sonar la rockola, joya del bar, con una vieja composición que me fascina, Dios nunca muere. Siempre me dice que es muy extraño que a mí me guste un vals. Pero no tiene nada de extraño. Es simplemente hermoso. Apolonia, la dueña, me presiente y voltea. Por como me mira puedo asegurar que adivina lo que ha sucedido. Adivina o ve las dos botellas faltantes en su vitrina. Me encojo de hombros y ella se ríe; con la cabeza, me señala el pequeño escenario donde mi guitarra espera. Me siento de espaldas a la barra, mirando la ciudad por la ventana. Me sirve un tequila. Volvió a suceder, la escucho decir en mi mente. Ese mezcal tuyo me deja en coma, le digo. Mueve la cabeza y camina hacia la mesa de dos ebrios que gritan.
Apolonia está casi sorda. Pero escucha lo que hay en mi cabeza.
El hombre letrado, está un tanto lejos, pero una vez ahí, Crystal o Aurora podrán prestarme algo que ponerme.
En estos momentos sólo puedo acceder a mi memoria, recordar. Traer a mí el feeling de lo que está guardado en cada una de mis células. Tengo que concentrarme, encontrarlo..... respiro..... ahí está... sí... sí... eso está bien, el sentimiento perfecto...Con eso, tan solo con eso, llega la calma y la lucidez.
El hombre letrado, no es más que el bar de mala muerte con mejor vista de la ciudad: marea inquieta de luces centelleando en la oscuridad. Es un edificio viejo en lo alto de una barranca.
Toco la puerta trasera, Crystal abre y me mira extrañada. Minutos después, vestida de negro, entro en el bar. Aurora hace sonar la rockola, joya del bar, con una vieja composición que me fascina, Dios nunca muere. Siempre me dice que es muy extraño que a mí me guste un vals. Pero no tiene nada de extraño. Es simplemente hermoso. Apolonia, la dueña, me presiente y voltea. Por como me mira puedo asegurar que adivina lo que ha sucedido. Adivina o ve las dos botellas faltantes en su vitrina. Me encojo de hombros y ella se ríe; con la cabeza, me señala el pequeño escenario donde mi guitarra espera. Me siento de espaldas a la barra, mirando la ciudad por la ventana. Me sirve un tequila. Volvió a suceder, la escucho decir en mi mente. Ese mezcal tuyo me deja en coma, le digo. Mueve la cabeza y camina hacia la mesa de dos ebrios que gritan.
Apolonia está casi sorda. Pero escucha lo que hay en mi cabeza.
No puedo olvidar la expresión en el rostro de esa mujer, la enfermera; en sus años de estudio alguien le pudo haber explicado que cosas como esas suceden. En realidad no sé con qué frecuencia, pero dudo que me pase sólo a mí. Tal vez supo de algún caso, algo mítico, pero nunca lo creyó posible hasta que estuvo ahí conmigo.
La ciencia sin duda se daría por satisfecha con cualquier explicación medianamente cercana a la verdad. Para ser sincera, me cago de risa al pensar lo que los científicos tendrían que decirme.
Sí señorita, es usted un fenómeno paranormal, un caso nunca antes visto, pero ahora nosotros tenemos la oportunidad de arrojar luz sobre este misterio. Escucharía yo por la bocina, mientras como una cereza, sentada tranquilamente con la pierna cruzada en el centro del enorme contenedor transparente a prueba de ruido, en el que pasaría los siguientes años de mi vida.
Supongo que los otros como yo, han logrado controlarlo de alguna manera, en la historia de las culturas, la medicina siempre ha sido una ciencia desarrollada, la gente sangra todo el tiempo, es una práctica común en la medicina. Además, el hecho sin duda forma parte de rituales y celebraciones, los aztecas lo hacían para purgar sus pecados. Por lógica, alguién, en tantos siglos tuvo que haberse percatado de que algo así le sucedía, tal vez no con el mismo ritmo, pero a final de cuentas estamos hablando de una manifestación universal y eterna.
Me subo al escenario y afino la guitarra, ninguno de los ebrios me escucha, no les importan los clásicos, los toco sólo para mí.
Volvió a suceder. La historia se repite raras veces, cuando un pasón o el alcohol me llevan a la inconsciencia: Como antes lo hicieron otros que no están lúcidos como para contarlo, Ella, una linda rubia unos años mayor que yo, me despertó al poner en mi brazo esa liga, para ver mejor mis venas que de por si son bastante visibles, la conciencia volvía poco a poco mientras la veía preparar el contenedor, sacar la aguja de su envoltura y colocarla en su lugar, hablaba conmigo y sonreía, no tengas miedo decía. Yo reía para mis adentros. Tú tampoco. Clavó la aguja y su rostro era aún apacible, no sospechó de dónde venía lo que empezaba a escucharse, el poder de esa música, aumentando los decibeles, hasta que en su mano sintió el vidrio vibrando acompasadamente, aterrada me miró a los ojos y le regalé una sonrisa cínica: Sí pequeña, soy yo, es mi sangre, le dije, justo antes de la sangre que brotaba in crescendo, algo así como un poderoso riff de guitarra, hiciera estallar en mil pedazos el tubo de ensayo salpicándonos de vidrio y sangre... salió corriendo... me arranqué la aguja y huí detrás de ella.
La idea de controlarlo ha pasado por mi mente, pero sería inútil, es incontrolable. Indomable. Tal vez si deseara que no fuera así, pero no. Es mi esencia, lo que me mantiene viva...
Por eso, creeme si te digo que lo mío es el rock... porque está en mis venas.
Nota: La idea eje de este cuento surgió hace más de diez años en un pequeño cubículo de una clínica, mientras tomaban una muestra de mi sangre, cosa que no me fascina. Para tranquilizarme recordé una rola que a esa tierna edad y creo que aún ahora, tenía un efecto psilocibiano en mí, mientras en mi mente se reproducía la melodía, la sangre brotaba y llenaba el tubo de ensayo, a un mismo ritmo. Fueron unos segundos, pero en ese momento, el tiempo adquirió otra consistencia. Siempre quise escribirlo, hubo algunos intentos, pero fue hasta ahora que encontré la atmósfera y el sentimiento preciso gracias a la pregunta indicada.
Como dato cultural debo decirles que el momento de sincronización surgió con la última parte del solo de guitarra de Afuera, sí señores, de Caifanes.
2 ecos:
No quiero parecer groupie pero sencillamente sublime.
Un abrazo.
Siempre logras abstraerme de mis alrededores cuando te leo.
Buen relato. Buena rola. Bendito sea el rock.
muchos saludos.
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